El 14 de agosto de 2004, el Papa Juan Pablo II realizó una emotiva peregrinación a Lourdes, en Francia, para conmemorar la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. En la gruta de Massabielle, epicentro espiritual de Lourdes, el Santo Padre pronunció una alocución que resaltó la importancia de este lugar sagrado como escuela de oración y encuentro con Dios.
Al inicio del rezo del Santo Rosario, el Papa expresó su profunda emoción por haber llegado a este sitio, donde la Virgen María se apareció a Bernardita Soubirous. Comparó la gruta con la cueva del monte Horeb, donde el profeta Elías experimentó la presencia de Dios en el susurro de una brisa suave. Juan Pablo II destacó la invitación de María a rezar el rosario, haciendo de este lugar una cátedra de oración y contemplación del rostro de Cristo.
El Papa llamó a los presentes a recorrer, junto con la Virgen, los misterios de la luz en los que Jesús se manifiesta como la luz del mundo. Además, instó a los fieles a orar por las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada, pidiendo generosidad y perseverancia en la respuesta al llamado divino.
Cerrando su reflexión, el Santo Padre citó las palabras de Bernardita: «Mi buena Madre, ten misericordia de mí; me entrego totalmente a ti, para que me des a tu Hijo querido, al que quiero amar con todo mi corazón. Mi buena Madre, dame un corazón que arda completamente por Jesús».
El momento culminante fue la oración final del Santo Rosario, un mensaje cargado de devoción y compromiso cristiano, en el que el Papa Juan Pablo II sintetizó el espíritu de Lourdes: fe, esperanza y amor fraterno.
Oración final del Santo Rosario (Transcripción textual):
¡Dios te salve, María,
mujer pobre y humilde
bendecida por el Altísimo!
Virgen de la esperanza,
profecía de los tiempos nuevos,
nos asociamos a tu cántico de alabanza
para celebrar las misericordias del Señor,
para anunciar la venida del Reino
y la liberación total del hombre.
¡Dios te salve, María,
humilde esclava del Señor,
gloriosa Madre de Cristo!
Virgen fiel,
morada santa del Verbo,
enséñanos a perseverar en la escucha de la Palabra,
y a ser dóciles a la voz del Espíritu,
atentos a sus sugerencias
en la intimidad de nuestra conciencia
y a sus manifestaciones
en los acontecimientos de la historia.
¡Dios te salve, María,
mujer de dolor,
Madre de los vivientes!
Virgen esposa al pie de la cruz,
nueva Eva,
sé nuestra guía por las sendas del mundo;
enséñanos a vivir
y a difundir el amor de Cristo;
enséñanos a estar contigo
al pie de las innumerables cruces
en las que tu Hijo se encuentra aún crucificado.
¡Dios te salve, María,
mujer de fe,
la primera de los discípulos!
Virgen, Madre de la Iglesia,
ayúdanos a dar siempre razón
de nuestra esperanza,
confiando en la bondad del hombre
y en el amor del Padre.
Enséñanos a construir el mundo desde dentro:
en la profundidad del silencio y de la oración,
en la alegría del amor fraterno,
en la fecundidad insustituible de la cruz.
Santa María, Madre de los creyentes
Nuestra Señora de Lourdes,
ruega por nosotros.
Amén.